21 lecciones para el siglo XXI

Harari, Y. N. (2018). 21 lecciones para el siglo XXI. Barcelona: Debate.

Poratada del libro

Portada del libro «21 lecciones para el siglo XXI»

Hicimos en su momento la recensión de Sapiens (análisis crítico y lúcido de nuestro pasado). También comentamos Homo Deus (sobre el posible futuro de la humanidad). Ahora nos detendremos en estas 21 lecciones, centradas en el presente, aunque con continuas referencias al pasado y al futuro, como no podía ser de otro modo. Es una trilogía digna de  recomendación, pues no en vano estamos ante uno de los mejores divulgadores internacionales contemporáneos.

Estas lecciones se enmarcan en 5 grandes bloques: el desafío tecnológico, el desafío político, desesperación y esperanza, verdad y resiliencia. El denominador común: el fruto maduro de una de las mentes más lúcidas de nuestro tiempo, de un académico bien documentado y de una persona valiente. Le gusta llamar a las cosas por su nombre, más allá de cualquier tipo de convencionalismo. Se atreve a prevenir contra el abuso del poderío de  los algoritmos, al mismo tiempo que no le importa aconsejar y practicar la meditación como técnica de acercamiento al conocimiento científico de la mente. Ante un mundo, como el nuestro, inundado por todo tipo de información irrelevante y por cierta estupidez (estulticia) humana, asume que la claridad es poder (sabiduría humana).

Como persona que está viviendo en el siglo XXI constata que la fusión de la biotecnología y la infotecnología supone un cambio radical para la humanidad: esta fusión nos enfrentará a retos nunca vistos hasta ahora, por lo que es preciso reconocer sus innumerables ventajas (más y mejor conocimiento de nosotros y del propio universo, gracias a la inteligencia artificial, a los algoritmos de macrodatos y a la bioingeniería –cuerpo mejorado-), pero también prever sus riesgos y desafíos, entre otros el de las dictaduras digitales (la autoridad pasará de los humanos a los ordenadores) o el de la irrelevancia (clase inútil): sin trabajo, sin educación adecuada y con una  resistencia mental insuficiente. Ante este nuevo escenario, ¿sería una solución la renta básica universal? ¿Cómo regularemos la propiedad de los datos, pues quien los controle se hará con el poder que verdaderamente importará en el futuro –la clase de los superhumanos frente a la de los homo sapiens inútiles-?

Ante estos nuevos problemas, creados al menos en buena medida por las actuales tecnologías disruptivas, ¿cómo hemos de proceder y a dónde hemos de dirigirnos? ¿Serán las propias tecnologías las que nos brinden las soluciones técnicas adecuadas: ingeniería social planificada a escala global, que acabaría con la distinción online y offline?

La globalización, que podría llevarnos a una única civilización frente a la confrontación de civilizaciones, no parece que hasta el momento haya sido la solución a los presentes desafíos, que sin duda requieren respuestas globales (retos nucleares, ecológicos, tecnológicos, migratorios…). Tampoco los nacionalismos nos están proporcionando las soluciones adecuadas, pues los patriotismos benignos suelen acabar degenerando en ultranacionalismos patrioteros. Entonces, ¿podríamos recurrir a la religión? Ésta ha sufrido un duro golpe con el avance de la ciencia que la incapacita hoy por hoy para ofrecer soluciones reales.

Así pues, ¿qué nos deparará el futuro: desesperación o esperanza? Depende de lo que hagamos precisamente en estos momentos. Ante todo hemos de ser conscientes de los grandes desafíos a los que nos  enfrentamos, contextualizándolos adecuadamente. Es lo que el autor trata de hacer con el terrorismo –no nos asustemos-, la guerra – no subestimemos la estupidez humana– la propia humanidad –no somos el centro del universo-. Mención especial es el tratamiento que se hace de Dios y el laicismo. A lo largo de la historia la esperanza de la salvación sólo cabía ponerla en Dios. Hoy, por el contrario, no parece que ahí pueda residir la solución (los dioses en que cree la gente, son incompletos, llenos de agujeros y plagados de contradicciones). De hecho, se trata de mostrar cómo el laicismo (en su versión positiva) puede proporcionarnos todos los valores e ideales que necesitamos, sin  necesidad de recurrir a ninguna  entidad salvadora sobrenatural. La salvación dependerá de que sepamos asumir nuestra actual ignorancia (para así superar la ilusión del conocimiento), luchar contra la posverdad  (propaganda y desinformación; el silencio no es neutralidad, es apoyar el statu quo), modificar nuestro sentido de la justicia (empoderamiento de las comunidades) y superar la estrecha definición de un yo idealizado que goza de pleno libre albedrío (no somos un relato; mejor hablar de un yo situado y condicionado). Para ello se requiere un cambio profundo en la educación (flexibilidad mental y equilibrio emocional), una atención permanente al sufrimiento y una meditación fundamentada, entre otras muchas cosas.

 

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