Muere Oliver Sacks, uno de los grandes divulgadores científicos

Oliver Sacks muere a los 82 años del cáncer que nos anunció en su artículo “My Own Life”, dejando un gran bagaje tanto divulgador como científico.

Oliver Sacks

Imagen de Oliver Sacks. http://www.oliversacks.com

El 19 de febrero Oliver Sacks nos sorprendió a todos anunciando que padecía un cáncer terminal (“My Own Life”, The New York Times). Ese mismo cáncer ha acabado con su vida el 30 de agosto de 2015, dejándonos a todos los amantes de la ciencia y la neurología un poco huérfanos.

Su capacidad divulgativa era fascinante, a la altura de grandes divulgadores de la ciencia como Carl Sagan, David Attenborough o Félix Rodríguez de la Fuente, entre otros. Con ellos compartía esa unión entre conocimientos y saber comunicarlo, que los hacia muy especiales, en definitiva grandes. Ver y oír la charla de Dr. Sacks en TED Talks sobre alucinaciones en personas con problemas perceptivos es un magnífico regalo para los amantes del saber científico, así como lo son sus libros más conocidos “El hombre que confundió a su mujer con un sombrero”, “El tío Tungsteno”, “Un antropólogo en Marte”. A ello habría que sumar una gran cantidad de entrevistas que nos han quedado grabadas y que nos son accesibles a través de Internet. Él poseía la extraordinaria capacidad de hacernos empatizar con personas que padecían agnosia visual, o el síndrome del miembro fantasma, o alucinaciones auditivas. En cada línea por él escrita se observa su inmenso amor por la ciencia y por su sombreros01profesión, también su visión práctica de ambas.

Oliver Sacks tenía, como es lógico, también sus detractores y algunos a buen seguro tendrán razón en sus críticas, pero si ponemos todos los trabajos realizados en una balanza, sus aportaciones ganan con diferencia a sus posibles errores y eso será precisamente su legado. Uno de los grandes frentes que tenemos abiertos los especialistas que trabajamos con problemas mentales o de conducta es la estigmatización de las personas que las padecen. En este sentido Sack, con sus libros, consigue que incluso los profanos o legos en la materia puedan entender lo que le sucede a ese señor P., que no era capaz de distinguir entre su zapato y su pie, o el señor G., que todavía vivía en el año 1945, o qué le ocurre al joven que no reconoce su propia pierna y la considere algo extraño pegado a él, “como una broma macabra”. Sacks consigue que estas personas no sean vistas y consideradas tanto como “locos o enfermos mentales”, sino como ese genio de la música que después de muchos años acaba siendo profesor del conservatorio, o como ese soldado condecorado de la Segunda Guerra Mundial, o como ese paciente hospitalizado “tan simpático”. El conocimiento mutuo ayuda a reducir el estigma y ahí es donde Sacks ha puesto precisamente su más que granito de arena.

Personalmente sólo puedo estarle agradecido, y no sólo porque gracias a sus libros y a sus entrevistas supe responder acertadamente a varias preguntas en los exámenes de las asignaturas “Psicopatología de los procesos” y Psicología anormal I” (prosopagnosia: nunca se me olvidará esa respuesta), sino porque le considero un factor protector ante el desencanto que se produce en los primeros años de carrera, al enfrentarse los alumnos a un contenido teórico verdaderamente abrumador. En mi caso lo fue y me consta que para más de un compañero también. Ha pasado ya tiempo desde que leí “El hombre que confundió a su mujer con un sombrero”. Hoy he tenido que ojearlo en “busca de inspiración” y me ha parecido tan bueno o mejor que cuando lo leí en mi segundo curso de carrera de Psicología.

En su artículo de despedida “My Own Life” o “De mi propia vida” (en la traducción publicada por EL PAÍS), Sacks, como buen profesor, nos deja a todos unos “deberes” pendientes: “No es indiferencia sino distanciamiento; sigo estando muy preocupado por Oriente Próximo, el calentamiento global, las desigualdades crecientes, pero ya no son asunto mío; son cosa del futuro. Me alegro cuando conozco a jóvenes de talento, incluso al que me hizo la biopsia y diagnosticó mis metástasis. Tengo la sensación de que el futuro está en buenas manos.” De nosotros depende hacer honor a esa confianza que ha depositado en las nuevas generaciones. Fue Plutarco el que dijo “el conocimiento no es una vasija que se llena, sino un fuego que se enciende”. La cerilla que lanzó Oliver Sacks es enorme.

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